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ANDREA
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BOTTA
Beitrittsdatum:
06/17/2009
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Weiblich
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Titel des Artikels: A man in the dark
Erstellungsdatum:
06/17/2009
Aktualisiert am:
06/17/2009
Sprache:
English
Kategorie:
Translation
TranslatorPub.Com Rang:
105
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3408
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Text:
Un Hombre en la Oscuridad
Paul Auster
Arriba acaba de abrirse una puerta, y oigo los pasos que atraviesan el pasillo. No sé si es Miriam o Katya. La puerta del baño se abre y se cierra; leve, muy levemente, reconozco la música familiar de la orina rebotando contra el agua, pero quienquiera que haya orinado es lo suficientemente cuidadoso con no tirar la cadena y correr el riesgo de despertar a toda la familia, aunque dos tercios de sus miembros ya estén despiertos. Entonces se abre la puerta del baño, se oyen otra vez las cuidadosas pisadas por el pasillo y se cierra la puerta de una habitación. Si tuviera que elegir, diría que era Katya. La pobre, afligida Katya, resistente al sueño como su abuelo inválido. Me encantaría poder subir las escaleras, entrar en su habitación y conversar un rato con ella. Tal vez contarle alguno de mis chistes malos, o sino pasarle simplemente mi mano por su cabeza hasta que cerrara los ojos y se quede dormida. Pero no puedo subir las escaleras en silla de ruedas, ¿o si? Y si usara mis muletas, probablemente me cayera en la oscuridad. Que porquería esta pierna idiota. La única solución sería que me crecieran alas, una par de alas gigantescas del más blanco y suave plumón. De esa forma subiría tan rápido como una flecha.
Desde hace un par de meses, Katya y yo hemos pasado los días mirando películas juntos. Uno al lado del otro en el sofá del living, sin quitar la vista del televisor, bajándonos dos, tres, o tal vez cuatro películas en una sentada; luego, un descanso para cenar con Miriam, y una vez finalizada la cena, regresar al sofá para mirar una, o dos, películas más antes de ir a dormir. Debería estar trabajando en mi libro, la memoria que le prometí escribir a Miriam después de jubilarme hace tres años, la historia de mi vida, la historia familiar, la crónica de un mundo fugado, pero la verdad es que prefiero estar sentado en el sofá con Katya, su mano en la mía, su cabeza apoyada en mi hombro, sentir como mi cerebro se entumece al ver las infinitas imágines que desfilan por la pantalla. Trabajé en él durante más de un año, acumulando una pila interminable de páginas, casi la mitad de la historia, creo, o tal vez un poco más, pero ahora pareciera que se me fueron las ganas. Tal vez todo comenzó con la muerte de Sonia, no lo sé, el final de la vida de casados, el abandono, esa puta soledad después de haberla perdido, y luego choqué con ese auto alquilado, destrozándome la pierna, estando al borde de la muerte. A todo esto puede que también influya la indiferencia, la impresión de que después de haber vivido setenta y dos años en esta tierra ¿a quién le importa si yo escribo algo sobre mi vida? Nunca me llamó la atención, ni siquiera cuando era joven, y la verdad que jamás he tenido aspiraciones literarias. Me gustaba leer, nada más, leer libros y luego escribir algo sobre ellos, pero siempre fui un velocista, nunca un corredor de fondo, un galgo que trabajó durante cuarenta años contra reloj, un experto en la redacción de artículos de setecientas o quinientas palabras, las columnas bisemanales, los encargos ocasionales para alguna revista, ¿cuántos miles de estas obras habré vomitado? Muchos recuerdos, pilas de papel de diario quemado y reciclado y, a diferencia de la mayoría de mis colegas, nunca he sentido inclinación por coleccionar las mejores, suponiendo que hubiera alguna, y republicarlas en libros que ninguna persona en su sano juicio le interesaría leer. Dejemos por un momento que las memorias a medio terminar acumulen un poco de tierra. Miriam trabaja con afán sobre el final de una biografía de Rose Hawthorne, robando horas al sueño, durante los fines de semana, los días que no tiene que manejar hasta Hampton a dar sus clases, y por el momento un escritor en la familia basta.
¿Dónde estaba? Con Owen Brick…Owen Brick en su camino a la ciudad. El aire frío, la confusión, la segunda guerra Civil en Estados Unidos. Un preludio a algo, pero antes que resuelva qué hacer con mi mago confuso, necesito algunos momentos para reflexionar sobre Katya y las películas, ya que todavía no puedo decidir si es algo bueno o malo. Cuando ella comenzó a encargar los DVD por Internet, pensé que era una señal de progreso, un paso hacia delante por el camino correcto. Sin más, me demostraba que estaba dispuesta a distraerse, a pensar algo distinto que en la muerte de Titus. Estudia cinematografía, después de todo, se está preparando para ser editora, y cuando los DVD comenzaron a llover en casa, me pregunté si Katya no estaría pensando en regresar a la escuela o de lo contrario seguir estudiando por su cuenta. Sin embrago, después de un tiempo, comencé a considerar esa obsesión por las películas como una forma de automedicación, un remedio homeopático para anestesiarse contra la necesidad de pensar en un futuro. Buscar la salida en una película no es lo mismo que hacerlo en un libro. Los libros obligan a dar algo a cambio, a utilizar la inteligencia y la imaginación, mientras que una película puede verse, aún cuando la disfrutamos, en un estado de irreflexiva pasividad.
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